viernes, 18 de julio de 2014

EL SONIDO QUE ERA

El género jazzístico pierde vigencia en la gran pantalla pese a su alta presencia en festivales veraniegos aunque persiste en proyectos personales como la próxima ‘Miles ahead’
 


Para muchos una música estacional. De verano. Con especial presencia en ciudades como Gasteiz o San Sebastián, el jazz resuena estos días entre olas, plazas, clubes y pabellones desde una concepción prácticamente underground y con tintes elitistas pese a que hace unas cuantas décadas se tratara del género imperante como documentan hoy múltiples trabajos cinematográficos.

Considerada, a día de hoy, una música de corte primordialmente clásico y minoritario, lo cierto es que el jazz ha revestido con sus notas miles de producciones cinematográficas hasta el punto de considerarla como el género con una relación más cómplice hacia el séptimo arte por su carácter preeminente en épocas pasadas. Un buen argumento a favor de esta sentencia lleva el título de la primera película que se realizó con sonido. El cantor de jazz (1927) de Alan Crosland -más tarde se realizarían dos remakes- dio el pistoletazo de salida al cine sonoro refrendando la vigencia que el estilo de Nueva Orleans tenía por aquellos tiempos.

 


Hablar del cine al que acompañó este género desde la aparición del sonoro es como contar los pelos de la cabeza aunque existen cintas donde esta música destacó sobremanera. Las hay como Anatomía de un asesinato (1959), donde las composiciones de Duke Ellington se sumían con naturalidad entre la precisa narración de Otto Preminger o El hombre del brazo de oro (1955) en la que el submundo jazzístico configuraba un contexto indispensable en la historia, también de Preminger. Los créditos de ambas fueron, además, elaborados por el inmenso Saul Bass en una muestra de la minuciosidad del director de origen austriaco.
 
 
 
El gran público tendrá en mente otras referencias como Ragtime (1981) de Milos Forman quien constataría, tres años después, su querencia por el pentagrama en Amadeus. Musicales como el New York, New York de Scorsese, De Niro y Lizza Minelli o cintas que se sumergen en el ambiente de los clubes como Round midnight (1986) de Tavernier con el saxofonista Dexter Gordon en el papel protagonista han conformado este subgénero desde sus propias entrañas. Sin embargo, los menos instruidos pueden acercarse a esta confluencia artística desde propuestas menos incisivas en el asunto aunque de alta calidad como Acordes y desacuerdos (1999) de Woody Allen; Mo’ better blues (1990), de Spike Lee, Kansas city (1996) de Robert Altman o Cotton Club (1984) de Coppola. En caso contrario, el género documental es una buena opción con trabajos que van desde el popular Calle 54 (2000) de Fernando Trueba o Thelonius Monk: straight, no chaser (1988), biopics como El ocaso de una estrella (1972) sobre Billie Holliday o cine tan underground como el de John Cassavettes en Too late blues (1961).
 
 


Miles en el horizonte

Un sinfín de ejemplos propiciados por lo imperante del jazz durante buena parte del pasado siglo como puede comprobarse a través de las filmografías de compositores como Lalo Schifrin con trabajos más apegados a la cultura popular como Bullit (1968), Operación Dragón (1973) o Misión Imposible (1966), la serie. Un sinfín de ejemplos que se han ido reduciendo con el pasar de los años por la revisión del jazz por parte de su público para encuadrarlo en un ámbito minoritario. Pese a todo, los fans del género siguen teniendo motivos para acudir a las salas. El próximo, el biopic sobre Miles Davis, Miles ahead, que firmará Don Cheadle para 2015 como director, guionista y protagonista, con música de Herbie Hancock en un proyecto que ha salido adelante bajo la fórmula del crowdfunding. Así están las cosas.