¡CRUZAD LOS RAYOS!
El versátil Phillip Seymour Hoffman y
Harold Ramis, referente de la comedia americana ‘ochentera’, serán recordados
en una gala de los Oscar que obvia a veces el talento a cambio de confeti
Tantas veces y de tantas maneras diferentes representada en
la gran pantalla, la muerte no deja de
desconcertar al público cuando alcanza a una estrella del celuloide. Normal.
Los cineastas, sobre todo, los actores y actrices y, sobre todo, los que han
levantado con sus trabajos la meca del cine yankee son héroes, villanos,
compañeros inseparables, odiosas comparsas, musas, ídolos… Son la cara que la
industria ha puesto a los sueños del vulgo.
La implacable ley natural ha privado a este público en los
últimos compases del curso cinematográfico que marca, en su final y posterior
inicio, la gala de los Oscar de dos referentes del mayor y más justo prestigio.
En esta ceremonia veremos como se despide a dos hombres que, como suele
suceder, no fueron reconocidos como merecían por la industria. Además de su
muerte en sí misma, queda la frustración de su prematura defunción. Harold Ramis y Phillip
Seymour Hoffman, tan diferentes en sus trayectorias como equivalentes en cuanto
a talento, son historia del cine reciente y tenían aún mucho que ofrecer. En
primer término, la esperada tercera parte de Los Cazafantasmas.
Fallecido en su hogar de California a los 69 años y debido a
la vasculitis inflamatoria autoinmune, una enfermedad que padecía desde los
cuatro años, Ramis no paró de trabajar hasta el último suspiro y ya perfilaba
el borrador del guión de esta tercera entrega de la saga. La muerte de Phillip
Seymour Hoffman se debió a motivos más lúgubres que contribuyen a construir la
leyenda negra que rodea esta industria como retrató con maestría Sydney
Kirkpatrick en la novela Un reparto de asesinos (1986) sobre la investigación que King Vidor realizó debido a la muerte
sin resolver en 1922 del también director de cine William Desmond Taylor. Pero
también el neoyorkino estaba sumido en proyectos de calibre como la
continuación de otra saga, la de la exitosa y teenager Los juegos del hambre (2015).
No obstante, a Hoffman le recordamos por interpretaciones de
mayor relumbre. Lo cierto es que si Ramis espació sus apariciones en las salas,
Hoffman se pródigo como pocos y casi siempre con acierto y talento. Sus
servicios fueron requeridos por los directores más heterodoxos como Charlie
Kauffman (Synechdoque, New York (2008),
Paul Thomas Anderson (Sydney (1996), Boggie Nights (1997), The master (2012)…) o Todd Solontz (Happynes)
y por auténticos paradigmas del showbussiness
como Tom Cruise quien le reclutó para la tercera parte de Misión imposible donde
interpretó a un malo antológico y aterrador. No le proveyeron de gadgets, ni malformaciones, ni de pasado
alguno que pudiera haber derivado en un trastorno maquiavélico. No era
necesario. Igualmente nos hizo reír como el smiceriano
ayudante del auténtico señor Lebowsky y nos conmovió como Truman Capote, film
que le dio el Oscar (también fue candidato por La duda (2008) y The master (2012). La última noche (2002), Antes de que el diablo sepa que has muerto (2007), Los idus de marzo (2011), State and main (2000), Casi famosos (2000)… Difícil encontrar una filmografía que se le acerque
en la última década a las órdenes de los Lumet, Mamet, Cameron Crowe, Joel Schumacher, Spike Lee...
Ramis poseía una inquietud artística igual de prolífica aunque
diversificada en las ramas interpretativa, literaria -a través de sus guiones-
y como director, faceta que también desempeñó Hoffman en Jack goes boating (2010). Sus obras han quedado para la posteridad
como iconos de la comedia ochentera
americana; algo canalla pero bienintencionada. Los Cazafantasmas (1984) y su segunda parte (1989), El club de los chalados (1980) o El pelotón chiflado (1981) son ineludibles referentes de este ámbito cinematográfico
que edificó junto a John Landis, John Belushi, Bill Murray (todos ellos procedentes
de la comedia televisiva o radiofónica a través del programa Second City TV (1976-1981) o National Lampoon), Ivan Reitman o Dan Aykroid, uno de los
creadores de Saturday Night Live (1975-actualidad) -programa
que Ramis rechazó-, precursor
televisivo de la stand up comedy americana que perfeccionó el humor de sketches
y cantera inagotable de humoristas (Eddie Murphy, Billy Cristal, Chevy Chase,
Mike Miers, Adam Sandler, Chris Rock, Jason Sudeikis…). De hecho su primera
incursión en el cine vino mediante el impulso de este entorno y a través del
guión que firmó con Douglas Kennedy y Chris Millar; Desmadre a la americana (1978) o, en su denominación original, National Lampoon’s Animal House, tercer
film de John Landis que le propició de manera definitiva el beneplácito del
medio.
Con el paso del tiempo Ramis se supo adaptar a las
peticiones de una industria que nunca le hizo claudicar pero sí plegarse en
cierto modo como demostró en las agradables pero inofensivas aunque
exitosísimas Una terapia peligrosa (1999) y Otra terapia peligrosa. ¡Recaída total! (2002) lejos de guiones
semitransgresores como los de Armados y peligrosos (1986) o Los incorregibles albóndigas (1979) o la citada Desmadre a la americana. Entre medias, joyitas como Atrapado en el tiempo (1993) o La cosecha de hielo
(2005) que ofrecen su verdadera medida.
Hoffman lo consiguió. La vez que más cerca vio un Oscar Ramis
-pese a la foto-fake de la cabezera-
fue en la gala del 84 cuando Los Cazafantasmas optaron a Mejor Canción Original y Efectos Visuales aunque sí
recibió un BAFTA a Mejor Guión Original por Atrapado en el tiempo. I just called to say I
love you, de Stevie Wonder para La mujer de rojo -en una decisión que entiendo pero no comparto- y los
responsables de Indiana Jones y el templo maldito, en la segunda categoría, privaron a Ramis de este avistamiento de
la cumbre del star system. Hechos que relativizan el
significado y trascendencia de los nombres que se lean en la madrugada del
domingo. Pero aunque sepamos que el cine es pura fantasía y la ceremonia que lo
celebra en su más alta instancia, muchas veces, una pantomima, que tire la
primera piedra quien no tenga ya su quiniela. Podemos atribuirlo, en parte, a la tantas veces
denominada “magia del cine” que ha muchos ha sumido hasta el tuétano en este mundillo y que nos hará imaginar los espectros de ambos
sobrevolando las cabezas de los asistentes a la ceremonia del Dolby Theater o
dejando el subsuelo moqueado.
Esperemos que Dan Aykroid, Bill Murray, Ernie Hudson y Rick Moranis olviden
aquellas aparatosas mochilas lanzadoras de rayos capturafantasmas. Quizás les persuada el convincente Owen Damian,
todavía en busca de la pata de conejo. “¡No crucéis los rayos!”, advertían
estos cuatro cazarrecompensas de lo oculto. En la madrugada del domingo se
cruzarán en un alegato en pro del cine con mayúsculas y denostado por la
industria.